He bajado a los espesos cenagales, a los barros.
He subido a las más altas claridades.
Te he buscado por las tierras y los mares.
A veces te he entrevisto
pero nunca te he encontrado.
Por ti me desperté del coma eterno.
Por ti he sido pendenciero, poeta y ermitaño.
Por ti un día morí. Por ti he renacido.
A veces te he entrevisto
pero nunca te he encontrado.
Te he soñado tantas veces, escrutando
en los dioses tus etéreas realidades
descifrando lo visible y lo invisible
que a veces te he entrevisto
pero nunca te he encontrado.
Con el paso de los años
lo confuso se entremezcla con lo claro.
No sé si existes todavía
o si acaso nunca fuiste más que engaño
porque nunca te he encontrado.
Quiero que sepas, sin embargo
que añoro tus caderas.
En fin, que las añoran mis manos.
¿Te acuerdas?
Dos inquietos eslabones
a tu piel encadenados.